En pocas palabras: los currantes se ponen de acuerdo, hacen su trabajo. Independientemente de lo que digan sus jefes. Es en el tajo, en el día a día, el lugar en el que se fraguan las solidaridades. Solidaridades egoístas, solidaridades pasajeras. Solidaridades, al fin, para conquistar una meta. La que cada uno tenga. La que todos esperan: acabar la tarea. Esa y no otra es la finalidad de un trabajador.
Los millones de personas que han estado durante toda la ronda o bien recostados en sus sofás o bien apostados en las márgenes, durante horas, a menudo desde el día anterior, no significan sino el reconocimiento entre iguales. A ellos, a nosotros, a mí, nos da igual que Bruyneel sea más amigo de uno que de otro. La carrera del norteamericano ha sido fantástica, pero la de Contador lo ha sido más. Y la carrera de Pellizoti, y la de los Schleck, y la de Wiggins, del que nadie sabe qué demonios pintaba en medio de todo esto. Ha habido frustraciones, ha habido caídas (no una, ni dos, sino tres veces se cayó Menchov en la etapa de los Bernardos). También decepciones, nadie sabe dónde está Evans. Ha habido Historia, ahí está Gárate. Ha habido orgullo y expiación pública, ahí está Sastre.
A menudo se nos olvida, será porque todos queremos ser jefes, que los problemas de Alberto Contador no han venido de sus compañeros. Han venido, como siempre, de la organización del trabajo. Los problemas de Alberto no han venido porque Armstrong estuviera allí, qué carrera la del norteamericano, sino de que él, Contador, no tenía claro que su equipo fuera a trabajar correctamente. Es decir, ha carecido de la certeza de que su equipo trabajara para la victoria del mejor de entre ellos (Contador se ha sentido como los trabajadores de la Opel de Zaragoza, trabajando bien, produciendo buenos coches, y a la espera de que los directivos, esos individuos, decidan qué camino va a tomar la factoría). Eso no es responsabilidad de los curritos, de los tíos que se chupan cada día un montón de kilómetros. Eso es responsabilidad, única y exclusivamente, de sus jefes. En este Tour, Bruyneel se irá contento porque ha metido a dos de los suyos en el podio. Mediocre. Hubiera podido tener cinco en las primeras posiciones si Leipheimmer no llega a caerse.
Como en todas las empresas, ha tenido que ser un currante, Contador, el que decida por dónde tienen que ir las cargas de trabajo.
Un saludo. Mañana, verano.
(Nota: la etapa del Ventoux se puede interpretar, también, como una tragedia clásica: el novato ayudando al viejo guerrero, para que su triunfo, el del novato, fuera más grande. La foto del Tour 2009 ha sido, sí, histórica).
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Contador tiene muchos tours en sus piernas, dicen.
De momento, dos.
Mi enhorabuena para él y para todos los ciclistas que durante 21 días han transformado el esfuerzo, la energía y la técnica en belleza.
Mi desprecio para mercaderes y oportunistas.
Si yo tuviera un coche escoba… cuántas cosas barrería.
Cronoescalada
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Se habrán preguntado durante todos estos días cómo coño conseguí salir de aquel hospital de Gotemburgo en el que también estaba mi cría, y sobre todo cómo pude dar esquinazo a los chapuzas de la Sección. Bueno, como han aguantado con paciencia a Atumbabierta y a Cronoescalada durante 21 días, hoy desvelaré el misterio, y después cerraré mi colaboración con un breve comentario sobre esta última y jocosa etapa del Tour 2009. En realidad fue muy sencillo. Sólo necesitaba contactar con el PET (Servicio de Seguridad e Inteligencia danés), me debían un favorcillo. Lisbeth me proporcionó la baza, ella repetía un nombre en sueños: Plague. Averigüé quién era en los ordenadores de recepción, contacté con él y se avino a trabajar para mí ante la amenaza de que pudiera pasarle algo a su querida amiga. Esa misma noche un agente del PET daba el cambiazo por un doble, el pobre desgraciado que trajeron se parecía bastante a mí, luego me sacó de la puta Suecia, y hasta hoy. Fácil. Tan fácil como ha sido la carrera para el vencedor. (Ha resultado difícil lo ajeno a la carrera: hoteles, director, prensa, y envidias enquistadas). Hoy en París todo se vende, hablan los políticos, los patrocinadores, los arribistas…, pero a pesar de esta basura, “ahora ya no me lo pueden quitar”, ha dicho un feliz Contador que ha conseguido cabrear a Armstrong. Ay, sólo a esas mentes pensantes de RTVE se les pude ocurrir un colofón así al papel de su paisano en este Tour: ¡una entrevista a Bruyneel! No me ensañaré porque hoy han hablado de mi Verdugo. La rubia me ha ofrecido un blog personal para escribir sobre mis andanzas (me lo pensaré), luego se ha marchado a Moscú, quizás el próximo verano vuelva con sus combinados. Y aquí nos hemos quedado Sergei y yo riendo la gracia. He llamado de nuevo al tal Plague y le he encomendado otro trabajito. Esta vez no ha sido un error de la organización del Tour (vaya bronca le caerá al gordi de Hinault), simplemente me apetecía tener un detalle con mis amiguetes del PET danés y por eso ha sonado el himno nacional de Dinamarca en los Campos Elíseos. Aunque las banderas no coincidían, ha quedado bonito, ¿verdad? Espero que ellos hayan apreciado mi gesto, y ustedes mi broma.
Zalachenko
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